Un milagro que Juan Pablo II se negó a hacer.

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Recuerdo a su Santidad Juan Pablo II con su sonrisa de actor de cine, como interpretándose a sí mismo. Lo recuerdo hablando en la explanada de  Metrocentro con un mal español y refiriéndose a Monseñor  Romero con un «cuya tumba acabo de visitar» , hecho con el que rompió el protocolo de visita. Lo recuerdo con su dedo haciendo un círculo de tiza caucasiano sobre la cabeza del Cura  Guerrillero Cardenal de Nicaragua. Lo recuerdo con charra mariachi en el Estadio Azteca de México. Lo recuerdo muerto paseando en una gran bandeja luciendo unos enormes y horribles zapatos rojos.

Ahora los medios me dicen que lo van a canonizar. Poca gente sabe que en las manos de JPII estuvo la vida de Monseñor. Les dejo un relato de Eduardo Galeano que se refiere a eso. De todas maneras entre la santificación «oficial» de Juan Pablo II y la santificación popular de San Romero de América la ventaja es obvia.

El nombre más tocado

En la primavera de 1979, el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, viajó al Vaticano. Pidió, rogó, mendigó una audiencia con el papa Juan Pablo II:
-Espere su turno.
-No se sabe
-Vuelva mañana.
Por fin, poniéndose en la fila de los fieles que esperaban la bendición, uno más entre todos, Romero sorprendió a Su Santidad y pudo robarle unos minutos.
Intentó entregarle un voluminoso informe, fotos, testimonios, pero el Papa se lo devolvió:
-¡Yo no tengo tiempo para leer tanta cosa!
Y Romero balbuceó que miles de salvadoreños habián sido torturados y asesinados por el poder militar, entre ellos muchos católicos y cinco sacerdotes, y que ayer nomás, en vísperas de esta audiencia, el ejército había acribillado a veinticinco ante las puertas de la catedral.
El jefe de la Iglesia lo paró en seco:
-¡No exagere, señor arzobispo!
Poco más duró el encuentro.
El heredero de san Pedro exigió, mandó, ordenó:
-¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! ¡Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La iglesia quiere paz y armonía!
Diez meses depués, el arzobispo Romero cayó fulminado en una parroquia de San Salvador. La balá lo volteó en plena misa, cuando estaba alzando la hostia.
Desde Roma, el Sumo Pontífice condenó el crimen.
Se olvidó de condenar a los criminales.
Años después, en el parque Cuscatlán, un muro infinitamente largo recuerda a las víctimas civiles de la guerra. Son miles y miles de nombres grabados, en blanco, sobre el mármol negro. El nombre del arzobispo Romero es el único que está gastadito.
Gastadito por los dedos de la gente.

 

Eduardo Galeano.

 

Nota:  En octubre de 2005, Eduardo Galeano estuvo en El Salvador gracias a la invitación que le hizo la Universidad de El Salvador para incorporarse a la casa de estudios como Doctor Honoris Causa. Galeano tuvo la oportunidad de visitar el Parque Cuscatlán, donde  un muro recuerda los nombres de las víctimas civiles de la guerra en El Salvador. Con ocasión de rememorar el martirio de Monseñor Romero, autorizó a la revista Cultura, a publicar este relato que escribió después de haber estado frente al muro del monumento a las víctimas de la guerra, erigido a iniciativa del Comité Pro Monumento, integrado por organismos   los derechos humanos y por familiares de esas víctimas. El relato está incluido en su libro Espejos, recientemente publicado por Siglo XXI, España.

Tomado de Revista Cultura No 102, Edición dedicada a Monseñor Romero.  Dirección de Publicaciones. 2010. San Salvador

 

2 comentarios sobre “Un milagro que Juan Pablo II se negó a hacer.

    Cándido Roberto escribió:
    marzo 19, 2013 en 6:10 pm

    Reblogged this on Canrob Blog and commented:
    Un milagro que Juan Pablo II se negó a hacer

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    Rafael Francisco Góchez escribió:
    febrero 5, 2011 en 11:50 am

    Ya ves, Mauricio, cómo son los mecanismos oficiales. Luego dirán, como la Compañía Bananera de Macondo, que tal cosa nunca existió.

    Hablando de diputados/as y otras plagas, recuerdo que en la visita de 1982 había una enorme fila de todos los miembros del gabinete, parlamentarios/as titulares y suplentes y sus respectivos cónyuges, magistrados de la CSJ, etcétera, etcétera, etcétera; para besarle la mano al Pontífice, foto incluida. No sé si eso fue parte del protocolo o una (in)feliz improvisación.

    Termino con un flashbackazo de lo políticamente correcto: uno de los eslóganes del gobierno contrainsurgente de Álvaro Magaña era «no tenemos nada que vengar, nada que reprimir ni nada que negociar«, pero de cara al Papa le recortaron esta última parte. Igual se la pudieron haber dejado, porque la cuenta de víctimas fue como ya sabemos.

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