El regreso a clases

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De vez en cuando la vida
saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como un niño
cuando sale de la escuela.
Joan Manuel Serrat

Por Mauricio Yanes

¡Que huevo matricular aChemauri en la Tecno y a la Melissa en la UNSA, y matricularme yo mismo como docente en la Matías, la Gavidia y la ESEN. ¡Uff, Uff y recontra ufff…! Pero ya pasó.
Recuerdo mi vieja Escuela Urbana Mixta República de Costa Rica, al lado del viejo Gimnasio Nacional, nunca lo conocí, sólo era un predio enladrillado para mis días de escuela.

Volver a la escuela es una sensación de alegría y de un poco de angustia a veces. En ella nos desarraigamos por primera vez de nuestras familias y entramos plenamente en la sociedad iniciando un viaje que no todos terminaremos y que se prolonga por más de veinte años.

Conocemos la amistad por primera vez y, muchas veces, la traición y la crueldad. Cada vez que mi papá me dejaba en la puerta de la escuela se me instalaba un hielito en pleno centro del pecho, me quedaba mirándolo mientras se iba hasta que el bullicio de los demás cipotes me sacaba del trance.

Ese viaje contra viento y marea que se llama educación, comienza en la niñez, con los nuevos adelantos de la psicología cada vez a más corta edad, y termina en la adultez temprana, si es que no en los albores de la vejez. Es una especie de odisea que nos va cambiado en la medida que cambia el mundo circundante. Nos trepana el cerebro y nos instala nuevos conocimientos sobre el espacio, los números, la justicia, la literatura,  el arte, la naturaleza, la música, la historia blasón de héroes y mártires…

Cambia en nosotros toda la perspectiva del mundo. También nos cambia físicamente. Los hombrecitos nos vamos poniendo feos y desgarbados cuando llega la adolescencia y las niñas se van haciendo señoritas. Es en la escuela, que ha cambiado sin darnos cuenta de nombre y ha pasado de kínder a prepa, de prepa a escuela y de escuela a colegio o tercer ciclo. Donde sentimos por primera vez el aleteo de las mariposas en el estómago. Nuestro primer amor es la maestra o el profe… Luego alguna niña que no pasa de la manito sudada… Y ya mayorcitos la casualidad nos escoge a una cipota que  finalmente nos hace vibrar con el primer beso.

Y es generalmente en la universidad o al final del  bachillerato que tenemos el primer amor maduro y serio, es ahí donde encontraremos a esa Penélope que quizá no nos espere por siempre. Es ahí,  para muchos, que  se inicia  una familia prematura de un terrible accidente que nos cambia la vida y después de nueve meses nos regala un Telemaco a quien orientar en la tempestad.

Pero dentro de todo el inicio de clases, sea en el nivel que sea, siempre es un punto de partida, un puerto al que hemos llegado navegando durante todo un año y del que zarparemos hasta la próxima isla, como Odiseo en su interminable viaje. La escuela nos marca, nos enseña a ser personas responsables de horarios de entrada y salida.

En ella aprendemos prácticamente todo lo que sabemos sistemáticamente. Es en las aulas donde tropezamos con duras verdades sobre lo pequeño de nuestro país. Es ahí donde los números fríos del álgebra de Baldor se convierten en brillantes números sobre nuestros informes de calificaciones, o en cifras negativas que acarrean caras largas en nuestros padres.

Aprendemos que dos atómos de hidrógeno y uno de oxígeno hacen agua, que el cloruro de sodio es comestible y que la fauna está en peligro. Sabemos ahí que escribir una palabra aguda terminada en n, s o vocal sin tilde es un error grave. Aprendemos  a navegar en un mar de libros, de frases, de imágenes, de pesos y medidas… de conocimiento.

A medida que vamos escalando de grado en grado y de nivel en nivel, las dificultades académicas parecen acosarnos, vamos viendo con tristeza como en nuestro largo viaje en el barco del saber, muchos marinos van dejando la nave por diferentes razones. En mis tiempos de joven, el cíclope que nos devastó fue la guerra civil, que como dice la canción: es “monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”, y nos arrancó amigos, hermanos, novias…

Hoy, ese monstruo se llama violencia y parece no querer saciarse. Pero a pesar de los lestrigones, de los cíclopes y las trampas de los dioses, como Odiseo uno debe aferrarse a su barco y debe seguir navegando aunque Calipso nos enrede y nos entretenga, aunque Eolo, el viento esté en nuestra contra, aunque Poseidón quiera hundirnos en las profundidades de la miseria, del desencanto, de la falta de trabajo, de horarios ingratos.

Es en esos momentos de tempestad educativa donde debemos  amarrarnos al mástil de nuestro barco para no caer seducidos por el canto de las sirenas, seguros que sólo una educación sólida hace de una persona un ser integral y de que sólo en aguas turbulentas se forjan los buenos marineros.

Y luego la universidad, ese momento que nos obliga a optar por lo que seremos profesionalmente. Es el momento del conocimiento sin reporte a nuestros padres. Es el momento de enfrentarnos por nosotros mismos y solos Caribdis y Escila, esos temibles monstruos marinos que amenazan con devorarnos.

Pero si resistimos muy pronto veremos que en la costa se asoman las montañas de Itaca, el gran final de nuestro viaje. Ahí un torneo contra los mejores arqueros nos califica para tomar el lugar que nos corresponde. Pero ese momento puede tardar muchos años en llegar. Y sólo uno de cada cien que han comenzado el primer grado,  logra colocarse sobre la frente la corona de laureles de la envestidura académica del graduado.

El inicio de clases es eso, un hito más en la larga odisea de la educación. Y no hay que pedir que sea corta y fácil es mejor que sea larga y provechosa. ¡Así que ánimo! Afilemos los lápices y rememos en busca de nuestro propio destino.
El siguiente poema del poeta egipcio Konstantino Kavafis es siempre un canto que le doy a mis estudiantes y que, ahora, les comparto a ustedes. Buen viaje hacia su propia Itaca, odiseos y odiseas de la educación.
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Tomado de :

LA PALABRA UNIVERSITARIA UTEC

2 comentarios sobre “El regreso a clases

    Carmen González Huguet escribió:
    junio 13, 2011 en 5:58 pm

    Ta chivo el poema, compadre, pero Kavafis, aunque nació en Alejandría, Egipto, es un poeta griego. Es como que dijeras que Carlos Fuentes es panameño porque dio la casualidad de que a su mamá le agarraron los dolores en esa ciudad canalera. O que Julio Cortázar es belga por idénticas razones. O que Isabel Allende es peruana, por ídem. O sea…

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    Carmen González Huguet escribió:
    junio 13, 2011 en 4:02 pm

    Te pasó las del zope, compadre. Qué foto más bonita.

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